domingo, 12 de marzo de 2023

Un país que no prescribe

Si trescientos años bastaron para reclamar independencia y separarnos de ese cuerpo político, monárquico, y distante llamado España; doscientos parecen suficiente para reclamar e imputar a una hermana con la cual decidimos marchar al compás. Fuimos vecinos de Venezuela, hasta 1777 cuando el gobierno español decidió integrar la antigua provincia de Nueva Andalucía (también Cumaná), con la provincia de Venezuela (también Caracas) en un cuerpo político conocido como Capitanía General de Venezuela, cuya capital “equidistaba” geográficamente con los límites de las antiguas provincias que fueron integradas.

Cumaná (Nueva Andalucía), país al oriente de la antigua provincia de Venezuela. 

Esa unidad política, integraba superficialmente un territorio de profundas diferencias, no solo en lo meramente geográfico o histórico, ni por la expresión cultural de sus habitantes, ni siquiera en la cotidianidad de sus quehaceres, por sobre todas esas diferencias y otras, se erige nuestro perfil humano que nos hace contrapuestos. Tanto, que las sucesivas divisiones políticas post independentistas, no han logrado desdibujar el país que fuimos, y la nación que somos.

No muy profundo en nuestra conciencia, casi a flor de piel, tras de nuestra afable sonrisa y detrás de nuestros ojos achicatados por los rayos del sol, a pesar del aporte genético de otras naciones que nos trastocaron hasta el color de la piel, tras de ese hombre desparramado en gracias, de calurosos sentimientos y solidaria amistad, detrás de ese hombre silvestre; detrás de todo eso y más, la esencia arawaca y caribana impera.

Ese inédito espíritu guerrero y silvestre, fue coraza y espada, en todas las luchas de nuestra común historia. Fuimos solidarios y rebeldes manifiestos cuando el 19 de Abril de 1811 gritamos libertad, guerreros orientales ayudaron a liberar a Venezuela antes de expulsar de su nativa tierras al Ejército Español. Fueron copartícipes de la libertad de los pueblos del sur coronada en Ayacucho, tras una garua de sangre que irrigó muchos campos de batalla. Jamás irrumpimos con ejércitos u otras fuerzas organizadas, para allanar y sembrar de calamidades a otros pueblos. Cuando nuestros hombres y ejércitos dejaron nuestras fronteras, más allá del río Unare, siempre fue para socorrer, liberar y fortalecer las ciudades de la otrora Gran Colombia. A sus generales subordinamos nuestros ejércitos, y a sus políticos nuestro destino; y quizás también nuestras esperanzas. Cuando la barbarie de los amarillos y de los azules, a cántaro saturó con sangre los campos de oriente y de occidente, nunca se dijo con pánico en las calles de la capital de la República, ¡vienen los orientales! Todo lo contrario, fueron estas tierras y estos brazos orientales quienes cobijaron en las más difíciles circunstancias a los hermanos del centro y de occidente cada vez que lo solicitaron; la migración a oriente marcó esta región como lugar de amparo. La Tierra de Gracias de Colón, era real y más parecida al paraíso de lo que él supuso, lástima que ese afecto y benevolencia se haya interpretado erróneamente.

Venezuela nos ha dado la espalda y omite nuestra realidad. Orbitamos un poder central, que utiliza nuestros recursos naturales y humanos para el marcado desarrollo de un país y un entorno que péndula entre el centro y occidente. Nuestros pueblos se convierten en “cascarones” luego de la zafra producto de los caprichos de Caracas, lo que implica un desarrollo degenerado en mera subsistencia.

Podemos señalar como ejemplo, que algo más allá del río Unare, la vía nacional se ensancha hasta convertirse en una vía moderna que va hasta las fronteras más alejadas al occidente, vía que en casi todo el recorrido es “autopista”. Poco podemos decir del camino que nos lleva a Güiria, si lo emprendes desde Barcelona, desde Maturín, o desde donde lo emprendamos. Vivimos en un territorio, colmado de trochas en su mayoría trazadas en las montañas “a capricho de mula”, sobre senderos prehispánicos, ensanchados más por el uso que por la técnica.

Esta y otras realidades, como el grado de desarrollo de los pueblos y ciudades orientales no son casual, más bien parece la consecuencia de una política metódica y sistemática, que por más de un siglo ha regido nuestros destinos. Y que a lo lejos (pero no tanto) parece indicar que el imperio aún está presente, solo ha cambiado el lugar desde donde se dirige y gravitan nuestros acontecimientos. No es difícil concluir que esa abusiva e indolente situación, colmará la paciencia y revivirá más temprano que tarda nuestro inédito perfil Aarawaca y Caribano.


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